Barrio Amaya.
Se fue formando con asentamientos de familias que no tenían posibilidades de alquilar o comprar sus propias viviendas, por ello construían sus viviendas en forma precaria. Era uno de los barrios más pobres de Trelew. Entre sus ocupantes había un porcentaje alto de personas desocupadas.
El centro de salud, era el más distante de los 7 centros que había en esa época, se accedía por la calle 25 de mayo que era de tierra en casi todo su tramo, los días de lluvia era intransitable, por lo que se arribaba por caminos alternativos, había que ir por la ruta 25 y luego descendiendo por una de las calles perpendiculares, se debía dejar el vehículo a unos 100 metros del centro asistencial y luego caminar por una calle con mucho barro (había que llevar botas o calzado adecuado).
La estructura edilicia era muy reducida y precaria, tenía dos consultorios muy pequeños, un baño también chico, que era usado por pacientes y personal, una salita de espera con 4 sillas y gabinete de enfermería. Algunos de esos ambientes estaban calefaccionados con gas en garrafas, (el de pediatría no lo tenía) cuando éstas se terminaban, había que esperar para que fueran cambiadas (a veces varios días).
No contaba con teléfono ni radio por lo que al no poder comunicarse para pedir la ambulancia alguno de los que trabajábamos en ese lugar trasladábamos en nuestro vehículos a pacientes que requerían atención en el hospital.
Las dificultades y falencias eran muchas, pero nos sentíamos acompañados y reconfortados por los pacientes y pobladores del lugar.
Cuando, quienes trabajábamos en ese lugar reclamábamos por alguna cuestión relacionada con nuestra actividad, éramos acompañados por los pacientes y nosotros hacíamos lo mismo cuando la protesta la originaban los pacientes por asuntos relacionados con su atención.
La Comisión Directiva de la Asociación del Barrio Amaya, cuyo presidente era JORGE MEYA, decidieron involucrarse activamente y se organizaron para reclamar, para mejorar las instalaciones del centro, por la falta de remedios, por la escasez de leche para las embarazadas, recién nacidos y desnutridos, para solicitar la cobertura de un médico en horas de la tarde, etc..
Los reclamos se hacían, a través de petitorios dirigidos a las autoridades sanitarias y algunas veces al gobernador de la provincia, pero al no dar lugar a nuestras peticiones, también se hicieron multitudinarias marchas de vecinos que iban caminando y portando carteles desde el Barrio Amaya hasta el hospital.
Formaba parte de un equipo de trabajo muy lindo, destacando a la enfermera Graciela Gago, una persona capaz y con gran predisposición a brindar ayuda a las personas que lo necesitaran, ella vivía en el mismo barrio.
En eenero de 1994, el reciente nombrado director del hospital, Dr. Carlos Blas López, no soportó que la gente se organizara para reclamar por sus derechos. Haciéndome responsable por este hecho, dispuso mi traslado para que prestara servicios en otro lugar más precario aún, era en un puesto sanitario (no tenía rango de centro de salud) se encontraba en el Barrio Constitución.
Obsérvese que en el momento de mi traslado estaba en un centro asistencial que ningún pediatra quería ir y yo ya me había adaptado, realizaba visitas domiciliarias a las familias más críticas, controlaba a alumnos en las escuelas 64 y 50. La comunidad y los pacientes aprobaban mi labor. No había motivos válidos para decidir mi traslado. Era una medida absurda, que dejaba trunco el magnífico trabajo que se estaba realizando.
Ya instalado en el puesto sanitario del Barrio Constitución comenzó otra lucha mucho más profunda, que será contada en otra oportunidad.
Dr. Fernando urbano. Pediatra.
El centro de salud, era el más distante de los 7 centros que había en esa época, se accedía por la calle 25 de mayo que era de tierra en casi todo su tramo, los días de lluvia era intransitable, por lo que se arribaba por caminos alternativos, había que ir por la ruta 25 y luego descendiendo por una de las calles perpendiculares, se debía dejar el vehículo a unos 100 metros del centro asistencial y luego caminar por una calle con mucho barro (había que llevar botas o calzado adecuado).
La estructura edilicia era muy reducida y precaria, tenía dos consultorios muy pequeños, un baño también chico, que era usado por pacientes y personal, una salita de espera con 4 sillas y gabinete de enfermería. Algunos de esos ambientes estaban calefaccionados con gas en garrafas, (el de pediatría no lo tenía) cuando éstas se terminaban, había que esperar para que fueran cambiadas (a veces varios días).
No contaba con teléfono ni radio por lo que al no poder comunicarse para pedir la ambulancia alguno de los que trabajábamos en ese lugar trasladábamos en nuestro vehículos a pacientes que requerían atención en el hospital.
Las dificultades y falencias eran muchas, pero nos sentíamos acompañados y reconfortados por los pacientes y pobladores del lugar.
Cuando, quienes trabajábamos en ese lugar reclamábamos por alguna cuestión relacionada con nuestra actividad, éramos acompañados por los pacientes y nosotros hacíamos lo mismo cuando la protesta la originaban los pacientes por asuntos relacionados con su atención.
La Comisión Directiva de la Asociación del Barrio Amaya, cuyo presidente era JORGE MEYA, decidieron involucrarse activamente y se organizaron para reclamar, para mejorar las instalaciones del centro, por la falta de remedios, por la escasez de leche para las embarazadas, recién nacidos y desnutridos, para solicitar la cobertura de un médico en horas de la tarde, etc..
Los reclamos se hacían, a través de petitorios dirigidos a las autoridades sanitarias y algunas veces al gobernador de la provincia, pero al no dar lugar a nuestras peticiones, también se hicieron multitudinarias marchas de vecinos que iban caminando y portando carteles desde el Barrio Amaya hasta el hospital.
Formaba parte de un equipo de trabajo muy lindo, destacando a la enfermera Graciela Gago, una persona capaz y con gran predisposición a brindar ayuda a las personas que lo necesitaran, ella vivía en el mismo barrio.
En eenero de 1994, el reciente nombrado director del hospital, Dr. Carlos Blas López, no soportó que la gente se organizara para reclamar por sus derechos. Haciéndome responsable por este hecho, dispuso mi traslado para que prestara servicios en otro lugar más precario aún, era en un puesto sanitario (no tenía rango de centro de salud) se encontraba en el Barrio Constitución.
Obsérvese que en el momento de mi traslado estaba en un centro asistencial que ningún pediatra quería ir y yo ya me había adaptado, realizaba visitas domiciliarias a las familias más críticas, controlaba a alumnos en las escuelas 64 y 50. La comunidad y los pacientes aprobaban mi labor. No había motivos válidos para decidir mi traslado. Era una medida absurda, que dejaba trunco el magnífico trabajo que se estaba realizando.
Ya instalado en el puesto sanitario del Barrio Constitución comenzó otra lucha mucho más profunda, que será contada en otra oportunidad.
Dr. Fernando urbano. Pediatra.
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